top of page
del Film Perros_del_fin_del_mundo_art CRUZ.jpeg

Perros cimarrones en Tierra del Fuego: cómo se convirtió al “fiel amigo” en peligro para la comunidad

Perros cimarrones en Tierra del Fuego: cómo se convirtió al “fiel amigo” en peligro para la comunidad

Matías Cruz

“Los perros huían de las casas y se hacían enemigos feroces de los rebaños y los hombres. La abundancia de carne, abandonada en los campos, donde las reses quedaban luego de quitárseles el cuero, las astas y el sebo, los embraveció. Formaban, contra los rebaños, manadas inmensas; ya no eran perros, sino chacales. Fue preciso organizar expediciones militares para combatirlos. En pocos años retrogradaron centenares de siglos.”

 

Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la Pampa, 1933.

La ley sancionada en 2017 para el Manejo de Poblaciones de Perros en la Provincia de Tierra del Fuego convierte al perro cimarrón –es decir, aquel que depende en menor grado del humano para su sustento, refugio y reproducción– en “especie exótica invasora”. Esta transmutación del perro, de “fiel amigo del hombre” a plaga que pone en riesgo a la comunidad, aparece, casi mecánicamente, en el mismo momento en que su presencia empieza a representar grandes pérdidas para las estancias ganaderas de la región. Con esta nueva denominación, no solo pasan a compartir (de manera evidente) con las ovejas y las vacas de las estancias ese lugar dejado libre para un matar no-criminal, sino que, además, su exterminio pasa a ser narrado como condición de posibilidad de la producción y, en última instancia, de la comunidad fueguina. De este modo, en su informe dirigido a las autoridades, Adrián Schiavini y Carla Narbaiza afirman: “la participación en el control de plagas debe ser una norma para la comunidad.”[1]

En este informe de 2015 junto a otros tantos estudios, dossier, notas periodísticas, etc. se condensa lo que llamaremos “la hipótesis de la tenencia responsable”. Esta hipótesis, que opera como eje de las políticas públicas, le atribuye la sobrepoblación de perros y el aumento de su presencia en las zonas rurales a “la falta de control en las ciudades”.[2] De manera consecuente, el tránsito de esta irresponsabilidad a la tenencia responsable es caracterizada como “la solución última para resolver el problema de los perros sin control.”[3]

Si bien hasta el momento no se tienen números exactos, se estima que en Río Grande (una ciudad de 98.017 habitantes) hay 30.000 perros de los cuales 9.000 deambulan por las calles en algún momento del día.[4] Por otro lado, las estadísticas de los municipios que completarían el número provincial, Ushuaia y Tolhuin, son aún menos precisos y de hecho suelen resultar de una extrapolación de las cifras riograndenses.   

Las poblaciones de perros se han extendido tanto que ya no solo se trata de mascotas abandonadas en el campo o incluso de jaurías que migran de las calles a las afueras de la ciudad, sino que hablamos de canes que se asilvestran y otros que ya nacen cimarrones, es decir, que viven “en estado libre sin comida o refugio directamente proporcionado por humanos, no mostrando socialización con el hombre”.[5] Los discursos jurídico-biológicos describen una genealogía que se origina en el instante en que el perro supervisado deja de tener restricciones para circular por la ciudad, a causa de la irresponsabilidad de su dueño. Una vez en las calles se asocia con otros no supervisados y empieza una escalada en la que esparcen enfermedad y muerte por todo el paisaje rural, impactando en la producción, en la fauna silvestre y en la salud pública en la medida en que son reservorios de hidatidosis. Llegan incluso hasta “la psicología del productor”, que solo puede quedarse a observar como en un instante sus ganancias pasan a no ser más que cadáveres y vísceras decomisadas.[6] 

Taxonomía de la ley

Para “evitar el impacto de los perros asilvestrados en la salud pública, la biodiversidad, la producción agropecuaria y las actividades recreativas al aire libre” la Ley Provincial 1146[7] se vale de una taxonomía cimentada no en saberes biológicos, sino en una jerarquía que distingue tres tipos de perros en virtud de su grado de dependencia con el humano sujeto de derechos. Según el artículo tercero existen perros supervisados (los completamente dependientes del cuidado y hogar humano), perros no supervisados o errantes (es el caso de los que en algún momento del día salen de su lugar de referencia) y perros asilvestrados o cimarrones. A partir de estos límites intraespecie se asignan las obligaciones correspondientes: a lo público le incumbe la educación y promoción de la tenencia responsable, a los privados se les ordena mantener a sus perros dentro de los límites de la propiedad y se le castiga con una multa su incumplimiento. En simultáneo, los lugares en esta taxonomía designan una política sanitaria determinada: mientras que a los perros errantes y supervisados de las ciudades les corresponden campañas de vacunación y esterilización quirúrgicas gratuitas, a los que se vuelven cimarrones les toca una nueva denominación. Este tercer tipo es declarado por el artículo cuarto como “especie exótica invasora”. Ahora bien, la ley no indica concretamente cuáles son las medidas a tomar para esta nueva especie invasora, sino que solo asimila al perro que retoza en el campo al resto de la fauna silvestre, y se espera que con este solo acto de nombrar se logre “evitar la presencia de perros sueltos o no supervisados”, “evitar el impacto del perro asilvestrado en la biodiversidad y en la producción animal” y “evitar el riesgo que representa el perro asilvestrado para la salud pública y para actividades que se desarrollan al aire libre.”

Este silencio inquietante del derecho coincide, sin embargo, con los impedimentos a la eutanasia que impone la legislación fueguina y nacional: hablamos entre otras, de la Ley Nacional 22.421 de Protección de la Fauna, la Ley Nacional 14.346 de Protección de Animales, o de declaración múltiples municipios argentinos como “no eutanásicos”, es decir, municipios que prohíben el sacrificio de canes y felinos como sistema de control poblacional. A diferencia del hacer vivir de la esterilización quirúrgica masiva y gratuita en las ciudades, a los perros que llegan a los campos los transmutan, los convierten en extraños para ponerlos a disposición de los estancieros y cazadores. En esta dirección, la bibliografía en la que se basan las autoridades indica la necesidad de “revisar urgentemente esta restricción a la eutanasia”.[8]

A partir de los informes, fuertemente apoyados en entrevistas con estancieros, podemos reconstruir en qué consiste este silencio, esto es, qué es lo que se hace y se estuvo haciendo con los perros que fueron denominados “especie exótica invasora”. Según estas entrevistas, entre las medidas más comunes se encuentran, primero las expediciones con rifle a las zonas boscosas, seguido por el uso de trampas de cepo o de pie y tóxicos que afectan indiscriminadamente tanto a perros como zorros, guanacos y la fauna silvestre en general.[9] Luego, en el documental de 2018, Perros del Fin del Mundo, podemos ver –en una escena ejemplar de la crueldad propiamente humana– como un cazador de la estancia José Menéndez coloca un perro empalado en un cerco para ahuyentar a los demás. En tiempos recientes se han implementado, por recomendación del CADIC-CONICET, cercos eléctricos, cámaras trampa y perros protectores. Estos últimos fueron hasta ahora los más eficaces para alejar a las jaurías de cimarrones.

Las “responsabilidades”

Como ya vimos, la hipótesis de la tenencia responsable determina las causas, o más bien las culpas, apuntando con el dedo a la clase trabajadora fueguina. En su versión ampliada, este intento de explicación encuentra su origen en la década de 1980, donde con el amparo de la Ley 19.640 de Promoción Industrial –surgida en un contexto de urgencia geopolítica– radicarían nuevos emprendimientos del tipo industrial sobre todo en la ciudad de Río Grande. Estas medidas redundarían en un aumento poblacional desordenado y sin un correlato adecuado en obras de infraestructura, lo que aproximaría a los perros guardianes de las fábricas y a los animales de compañía de los trabajadores a las zonas rurales donde habitan la fauna salvaje y los animales de producción. La culpa residiría entonces en los ciudadanos de esta nueva configuración urbana –constituida en su mayoría por inmigración interna– y sus prácticas irresponsables, que van desde la mala educación con respecto a la disposición de sus residuos hasta el abandono de sus animales en la ruta durante las fechas de vacaciones. Se sostiene que estas malas costumbres son tan constitutivas que, aun cuando el organismo encargado de la captura de animales sin supervisión fuera completamente efectivo, estos serían rápidamente reemplazados por nuevos perros domésticos, generando así un sistema que se retroalimenta. En oposición, se presenta a los estancieros como ejemplares de una “estricta cultura” en la tenencia de sus perros.[10]

En esta tesis ampliada vemos operando lo que el biólogo Rob Wallace llama “epidemiología individualizada o colonial”[11], en tanto considera a las enfermedades zoonóticas sólo a partir de sus cursos de infección y cuadros clínicos, ignorando en su cadena causal, los flujos de capital que fungen como condición de posibilidad de la circulación y emergencia de nuevos virus. Aun cuando la hipótesis haga referencia al proceso particular por el cual se urbanizó la isla, esta se limita a culpabilizar las “sucias prácticas culturales” de la clase trabajadora fueguina: el “cambio cultural” que los informes señalan como solución última, no es más que el cambio de los que habitan los centros urbanos, y entre ellos, el de los más pobres.[12] La idea del cambio cultural cierra la cuestión en las prácticas individuales de los que menos tienen mientras supone como un dato la actual distribución de la tierra y la matriz productiva de la isla; estos, en cambio, serían el producto indiscutible de “una época de poblamiento y de gran auge para el pueblo fueguino”.

Una vez dejada de lado la estratagema del cambio cultural, quizás podamos pensar un nuevo índice de preguntas: cuándo se habla del riesgo de hidatidosis ¿Por qué se apunta directamente a los perros y no se pregunta por los ovinos hacinados en galpones de esquila o por los riesgos sanitarios que implica la ganadería extensiva para los habitantes (hacinados en barrios marginales)? ¿Qué pasa con los perros de pastoreo cuando quiebran y frenan la producción en las estancias? ¿A qué se debe esta insistencia cíclica del agronegocio en convertir el suelo fueguino en una tabla rasa? Podríamos preguntarnos cuántos sacrificios más va a requerir este sector económico que, al menos desde la segunda década del siglo XX, se encuentra en plena descomposición.[13]

Cuando se habla con nostalgia del “auge” de finales del siglo XIX y del ovino como “animal tradicional”, se ignora la ilegalidad constitutiva sobre la que se fundan. La colonización ganadera no solo no logró asegurar el crecimiento demográfico (“signo más característico de la posesión territorial” en palabras de Julio Argentino Roca), sino que, con el exterminio de los pobladores selk’nam, kawésqar, haush y yámana terminó, por un lado, disminuyendo la densidad poblacional de la isla, y por el otro, causando con el pastoreo un impacto ambiental tal que generó estructuras agrarias que limitaron –y siguen limitando– todo intento de diversificación económica en la isla.[14]

Comunidad con los vivientes

La problemática de los perros en Tierra del Fuego nos pone ante un presente lógicamente imposible y sin embargo muy real. Imposible dado que están vedados los dos modos naturalizados de comportamiento con los animales[15]. El matar, la forma estadísticamente más frecuente de la relación del humano con el animal,[16] resulta “financieramente desafiante” y “resistido por la sociedad”.[17] A su vez, el segundo modo, la domesticación del cimarrón para asimilarlo a la forma de vida humana, no parece tener mucho sustento teórico y menos en la cantidad que sería necesaria.[18] No obstante, sostenemos que es justo en esta situación límite donde la aporía de los perros nos exige considerarlo ya no dentro de la lógica sacrificial del exterminio y la explotación, sino pensarlo en su irremplazable singularidad y desde el respeto a su alteridad inasimilable.

El perro se presenta como ese otro radical que, sin embargo, está tan íntimamente entrelazado con ese “nosotros” humano –que supone el sacrificio de la vida de otros, o la vida en uno por cuestiones superiores a la vida misma–[19], que al narrar su historia natural nos topamos súbitamente con la historia económica y social de la Isla Grande de Tierra del Fuego. En este sentido Schiavini y Narbaiza afirman: “la contracara de esta relación es nuestra dificultad para pensar que el perro doméstico pueda resultar un animal dañino”.[20] Cuando la legislación lo vuelve sacrificable, lo que hace es negar esa compleja relación con el existente humano y devolverlo al inmenso cerco de lo que llamamos “animal”. Dentro de lo animalizado toda singularidad es ignorada de manera tal que da lo mismo si se trata de ovejas, perros o indios: la plaga se muestra como la categoría predilecta para nombrar a todo viviente que resista y obstaculice la disponibilidad del ambiente para su usufructo.

 

[1] A. Schiavini y C. Narbaiza, Conflictos Derivados de las Poblaciones Caninas en Tierra Del Fuego, Informe realizado por solicitud del Comité de Emergencia Agroganadero y de Alerta Sanitaria de Tierra del fuego, 2015, p. 36. Accesible en: https://www.researchgate.net/publication/277021246_Conflictos_derivados_de_las_poblaciones_caninas_en_Tierra_del_Fuego

[2] F. Zanini, D. Leiva, S. Cabezas, C. Elissondo, E. Olmedo, H. Pérez, Poblaciones caninas asilvestradas: impacto en la producción pecuaria de Tierra del Fuego, Tierra del Fuego, Ed. Fabio Zanini, 2008, p. 9. Accesible en el expediente del Proyecto de Resolución para proponer medidas de erradicación de los perros asilvestrados, Poder Legislativo de la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur: https://www.legistdf.gob.ar/lp/novedadesip/Asuntos%20Entrados%202009/As.%20N%BA%20087-09.pdf

[3] A. Schiavini y C. Narbaiza, informe citado, p. 6.

[4] Consultar en: https://www.riogrande.gob.ar/tenenciaresponsable/

[5] F. Zanini, D. Leiva, S. Cabezas, C. Elissondo, E. Olmedo, H. Pérez, op. cit. p. 12.

[6] Cfr. A. Schiavini y C. Narbaiza, informe citado, p.26.

[7] Ley Provincial 1146 disponible en: https://legistdf.gob.ar/lp/leyes/Provinciales/LEYP1146.doc

[8] Ahora bien, no es que recién en este instante el perro pasa a ser sacrificable, sino que, en rigor, este ya está en situación sacrificial desde que se lo inscribe en el ámbito de la domesticación: aun cuando no se esté sacrificando su vida, para volverlo asimilable a la vida humana se está sacrificando su animalidad mediante la castración, la marca del collar, la restricción del espacio y la imposición de una cronología. Sobre este punto me llamó la atención el compañero Gastón Páez del grupo de Animalidad y Territorio. Cfr. M. B. Cragnolini, “El animal como “capital” en la biopolítica: ambiente y biodiversidad” en Extraños Animales. Filosofía y animalidad en el pensamiento contemporáneo, Buenos Aires, Prometeo, 2016.

[9] A. Schiavini y C. Narbaiza, inf. cit. p. 23-25.

[10] Ibid., p. 10

[11] R. Wallace, Agronegocio, poder y enfermedades infecciosas, traducción G. Romero, en Animula, octubre 2021, https://www.animula.com.ar/agronegocio-poder-enfermedades

[12] Sino véase como ejemplo el artículo del veterinario Héctor Bergagna: “En general, se puede observar que mientras que la relación can - vivienda es inversamente proporcional al ingreso económico familiar y el grado de contención es mínimo o nulo, resulta generalizada la costumbre de los dueños de soltar a sus perros para que paseen por la vía pública durante gran parte del día.” (“Municipios no eutanásicos” en Desde la Patagonia difundiendo saberes, Vol. 6, Nº 8, 2009).

[13] El pico de producción nunca superado se da en 1905 con 1.342.351 ovinos. Durante la segunda década del XX la ganadería lanar entra en un periodo de estancamiento nunca superado, causado por el abandono de la ruta del Estrecho de Magallanes por la apertura del canal de Panamá y la disminución de la demanda y de los precios de la lana en el mercado internacional. Cfr. con el anexo 25 de M. T. Luiz y M. Schillat La frontera austral: Tierra del fuego 1520-1920, Universidad de Cádiz, Servicio de Publicaciones, 1998. Accesible en: https://tiendaeditorial.uca.es/descargas-pdf/84-7786-437-3-completo.pdf

[14] Ibíd. p. 270. 

[15] Cf. M. B. Cragnolini, “Animales kafkianos” en op. cit, p.114-115 y “Nietzsche, la pandemia y los animales” en Animula, agosto de 2023, https://www.animula.com.ar/nietzsche-pandemia-animales

[16] D. Haraway, When Species Meet, The University of Minnesota Press, 2008, p. 335.

[17] A. Schiavini y F. Narbaiza, informe citado, p. 8.

[18] F. Zanini, D. Leiva, S. Cabezas, C. Elissondo, E. Olmedo, H. Pérez, op. cit., p. 12.

[19] Cf. M. B. Cragnolini, “La ciencia jovial: un ejercicio del derroche frente a la “guerra santa” contra el animal” en op.cit., p.58-59.

[20] A. Schiavini y C. Narbaiza, informe citado, p. 1.

Diciembre 2024  |  Categoría: Artículo

Animula, vagula, blandula
Hospes comesque corporis
Quae nunc abibis in loca
Pallidula, rigida, nudula,
Nec, ut soles, dabis iocos...


Publio Elio Adriano

© 2023 Revista Animula

  • Instagram
  • Twitter
  • YouTube
  • Facebook
bottom of page