VEGANISMOS
Políticas de la alimentación: el Sistema Moderno/Colonial de especies
Valeria Gonzalez, María Belén Ballardo, Tomás Stöck
Quizás más que nunca sea pertinente tratar de entender de qué hablamos cuando hablamos de lo político en lo animal o de lo político animal; es decir, del poder que ejercemos, voluntaria o involuntariamente, en la trama estructural del sistema especista.
En Colonialidad y género, la filósofa argentina María Lugones recurre al dispositivo teórico del Sistema Moderno/Colonial de Género para señalar la existencia de una especificidad en la violencia ejercida contra las feminidades no blancas como resultado de la opresión patriarcal en el marco de la colonialidad del poder en América Latina. La relevancia filosófica de su propuesta reside precisamente en señalar que la escisión de la violencia de género y la violencia colonial es en verdad un velo que cubre el hecho de que esas opresiones son en su intersección, y no pueden pensarse por separado ni de manera homogénea (1).
Siguiendo esta línea, podemos preguntarnos si acaso existe algo así como un Sistema Moderno/Colonial de especies y si la producción intensiva de animales con el fin del consumo humano en sentido amplio no constituye acaso otra manifestación del colonialismo europeo sedimentado a lo largo de la historia y perpetuado hasta nuestros días. La pregunta que guía este breve texto es, entonces, es la siguiente: ¿es filosófica y políticamente válido disgregar la manifestación particular del especismo en Argentina del contexto colonial en el que fue engendrado?
En tanto corriente crítica de la explotación animal en general, el antiespecismo no se restringe a la cuestión alimentaria. Lo que entendemos por consumo de animales también involucra su utilización como herramientas de trabajo, vestimenta y fuente de ocio, entre muchas otras cosas. No obstante, aunque no se trate de un problema unidimensional ni tampoco se agote en un análisis que solamente tenga en cuenta el factor del consumo, una de las cuestiones más acuciantes cuando hablamos de especismo es la del alimento: año tras año, miles de millones de animales son torturados, explotados y asesinados en nombre de una buena alimentación. ¿Cuál es, entonces, la configuración política que subyace a estas prácticas? ¿Por qué alimentarse bien solo es posible en el imaginario cultural argentino cuando media el cuerpo asesinado de un animal?
Linda Álvarez subraya que los alimentos fueron el principal instrumento que permitió la colonización europea de los pueblos indígenas mesoamericanos (2). Podemos pensar que algo similar ocurrió con la región de América del Sur: la imposición de un modo y una política alimenticia determinada actuó como el vehículo instituyente de la cultura europea en las colonias invadidas, pero también como un importante regulador de la población indígena simbólica y materialmente. La idea de que las prácticas alimenticias indígenas locales eran deficientes y por lo tanto era necesario reemplazarlas por otras mejores, más complejas y elaboradas —como se autoperciben, por lo general, todas las prácticas europeas cuando se comparan con su contraposición periférica—, sirvió como argumento para la importación y reproducción de los animales de cría en las colonias europeas en América Latina, entre las que se encuentra Argentina.
Este proceso no solo instaló una cultura nutritiva basada en una normativa de valores morales modernos y hegemónicos que derivaron en un cambio de dieta de los habitantes nativos, sino que además resultó profundamente perjudicial para el sistema de cultivos locales que los pueblos indígenas habían desarrollado. En efecto, la industria ganadera es sin dudas uno de los grandes pilares de la economía local desde hace varias décadas. Cuando hablamos de un Sistema Moderno/Colonial de especies nos referimos entonces, puntualmente, a este fenómeno: a la jerarquización de la especie humana por sobre las demás, de la cual la dimensión alimenticia es una de las tantas manifestaciones que se desprenden de ella.
Las mujeres también formaron parte, según Álvarez, del despliegue de la colonización europea en América Latina. La llegada de las mujeres europeas a las colonias constituyó el ejemplo de civilización para las mujeres indígenas, que pasaron a ocupar el lugar en la cocina de los hogares de los colonos y cuya tarea consistía en aprender y reproducir sus costumbres alimenticias. Si a partir de la idea de un Sistema Moderno/Colonial de Género María Lugones reveló a la violencia ejercida contra feminidades no blancas como un resultado inmediato y dirigido de la opresión patriarcal en el marco de la colonialidad del poder en América Latina, pensar en un Sistema Moderno/Colonial de especies quizás nos permita observar más de cerca la estructura que permitió y sigue permitiendo que tanto los animales como los pueblos originarios estén siempre excluidos de la consideración moral, epistémica, política y afectiva.
Política, afectividad, alimentación. Buscamos y deseamos que estos tres elementos converjan en las teorías y las prácticas antiespecistas. Desde esta perspectiva, considerar al antiespecismo como una experiencia restringida a civilizaciones blancas, capitalistas y económicamente soberanas obtura la visión de otras prácticas que laten en nuestras tierras. La reflexión antiespecista argentina en torno a la alimentación es una aproximación propia, valiosa y particular a la relación interespecies. Si aporta un valor fundamental en el marco de la coyuntura local es porque, como indica Laura Catelli, los procesos de formación sociocultural que tuvieron lugar en nuestra región no pueden ser pensados al margen del ejercicio del poder, la política y los procesos coloniales que los atravesaron. La alimentación a base de animales y la narrativa que la sustenta en nuestra cultura es una cuestión fundamentalmente política (3). ¿Podemos pensar en una resistencia a la imposición nutritiva colonial?
Pensar en términos de un sistema nos obliga a comprender que se trata de una problemática que excede con creces a la responsabilidad individual. El centramiento en prácticas individuales y la carencia de perspectivas interseccionales deja por fuera del debate a la mayoría de la población de nuestro país. Si es expulsivo, el antiespecismo no es suficiente como paradigma para atacar el problema en nuestro país, porque de hecho esa expulsividad es una actitud colonial. Los pueblos originarios han prestado resistencia a la colonización alimentaria desde sus inicios y hoy en día asistimos a la extensión de esa resistencia hasta todo el resto de los habitantes latinoamericanos que comenzaron a cuestionarse la industria de la producción intensiva de animales como norma inapelable.
Cuestionar esta norma no significa recurrir a soluciones definitivas como si estas existiesen y estuviesen al alcance de la mano. Sencillamente se trata de desnaturalizar las prácticas avaladas por la coyuntura que muchas veces nos llevan a pensar que la producción intensiva de animales para consumo humano es la única opción que tenemos disponible para el desarrollo económico y sociocultural. Al fin y al cabo, revisar y revisitar con una perspectiva crítica las políticas de nuestra alimentación nos permite entender no solo sobre quiénes ejercemos el poder sino también quiénes ejercen poder sobre nosotros del que quizás deseemos, aunque más no sea en la forma de una sospecha, emanciparnos alguna vez.
1. María Lugones. “Colonialidad y género”, en Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.9: 73-101, julio-diciembre 2008.
2. Linda Álvarez, Colonialismo en la alimentación, Editorial Animal, 2022.
3. Laura Catelli. “Introducción: ¿Por qué estudios coloniales latinoamericanos? Tendencias, perspectivas y desafíos actuales de la crítica colonial”, en Cuaderno CILHA vol.13 no.2, 2012, Mendoza.
Agosto 2024 | Categoría: Artículo