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Feminismo y animalidad

Para una bioética de cuerpos vivientes

Verónica Antonelli

Este trabajo se propone retomar la cuestión que la bioética feminista puso en discusión desde los años noventa, al cuestionar los parámetros con los que se pensaron los derechos animales en términos bioéticos. Los primeros trabajos en relación con la experimentación animal y los derechos animales han tenido los problemas que la llamada “ética de la autonomía” también ha enfrentado y que los feminismos se encargaron de señalar, precisamente. En esa dirección, del mismo modo en que los feminismos han criticado la noción de autonomía —al mostrar que remite a un sujeto abstracto que, en realidad, encubre a un individuo concreto y privilegiado—, también han impulsado una bioética que cuestiona las prácticas biomédicas y propone una alternativa atenta a las circunstancias y a los escenarios específicos de cada paciente y de sus decisiones.

Lula Mari, La disputa: carbonilla sobre fibrofácil (130cm x 180cm); de la serie Dibujos

Teniendo en vista esa perspectiva será necesario repasar los inicios de la bioética como una disciplina joven que, desde mediados del siglo XX, se ocupó de problematizar la dimensión moral tanto en cuestiones de investigación y avances tecnocientíficos, como en lo relativo a la salud en torno a las responsabilidades en la toma de decisiones por parte de pacientes, instituciones y comunidad médica en general. Luego, retomar algunas críticas que las investigaciones y las luchas feministas formularon para pensar en una bioética situada desde un colectivo de minorías oprimidas. Y, finalmente, pensar en los mecanismos opresivos y las categorías desde las que se los cuestiona, como lo hace la autonomía relacional, con el objetivo de profundizar la crítica con respecto a lo que se consideran agentes morales.

Bioética como disciplina

La bioética surge durante la segunda mitad de la década del 1970 como una disciplina nueva que busca revisar los fundamentos tradicionales de la ética médica y sus parámetros en vinculación con temas particulares de salud. Luego, teniendo en cuenta factores que, desde una perspectiva de género, se volverán relevantes como condicionantes que operan sobre las minorías, la propia noción de bioética será cuestionada a partir de los movimientos feministas. Porque si desde la modernidad en adelante el paradigma de la autonomía ha regido la ética del individuo, los movimientos feministas van a traer diferentes interrogantes a esta forma de comprender la libertad y las capacidades de accionar relativas a esa ética, así como de este “individuo” desde el que se presume la disposición a actuar.

En este sentido, los movimientos feministas interrogan la perspectiva de la libertad del individuo en sus principios fundamentales dado que, aunque se han pretendido universales desde los inicios de los Estados modernos, en lo concreto reproducen aún hoy las estructuras de dominación que oprimen a los grupos más vulnerables. En relación con la salud humana, la bioética feminista surge con el objetivo de rever la capacidad de decisión, el acceso a la salud y los cuidados implementados a partir de la ética médica, basados en la mencionada noción de autonomía.

Inicios de la bioética

Desde mediados del siglo XX, la bioética es una disciplina que se adentra en debates que no conciernen únicamente al ámbito médico, sino que los temas sobre los que trabaja implican retomar los fundamentos mismos de la sociedad moderna y sus instituciones. Como acontecimiento paradigmático, los juicios de Nuremberg de 1946, en los que se condenaron abusos y experimentación en seres humanos en campos de concentración, dieron lugar al inicio de esta disciplina. Más tarde, durante los últimos años de la década de 1970, los avances tecnocientíficos hicieron necesarias algunas respuestas a problemas éticos que surgieron en el ámbito de la salud. En este sentido, desde un primer momento, el paradigma de la autonomía ha ocupado el lugar central para dar respuestas a la necesidad de cuestionar las tradiciones paternalistas asociadas a las prácticas en salud. Esta noción se asentó como principio predominante incorporado a un ideal de libre elección como uno de los cuatro principios básicos de la bioética, junto a la beneficencia, la no maleficencia y la justicia[1]. De hecho, en la Declaración Universal de bioética y derechos humanos de la UNESCO (2005) aparece la noción de autonomía definida como una capacidad individual de autodeterminación.

Los feminismos ante la noción de autonomía

Uno de los problemas señalados por los movimientos feministas es que la idea de individuo, sobre la cual se erigen las instituciones modernas, está atravesada por profundas asimetrías. Así, el pretendido sujeto universal se muestra, en realidad, como una figura históricamente situada: un varón blanco, heterosexual y propietario, que suele ocupar el lugar de principal protagonista y beneficiario de esas estructuras en detrimento de las minorías oprimidas.

Al mismo tiempo, aun cuando la noción de autonomía para la bioética feminista estuviera en tela de juicio, el resultado de las investigaciones y los movimientos políticos que plantearon su revisión generaron una reformulación de la noción misma de autonomía. Dado que se ha comprendido desde la modernidad como un principio básico, en el cual respetar a los agentes autónomos implica reconocer su derecho a mantener su punto de vista, tomar decisiones y actuar basados en sus valores y creencias[2]. Los trabajos sobre bioética desde una perspectiva feminista han desarrollado aspectos de la noción poniendo en consideración a las personas situadas en escenarios concretos en los cuales ejercen esa libertad. A razón de que las críticas iban dirigidas a la presunción de una concepción abstracta y atomista de la persona, basada en la autosuficiencia y escindida de todo factor contextual, la perspectiva de una teoría crítica emancipatoria trabajó situando la noción de autonomía en un colectivo social, determinado y marginado como es el movimiento feminista. Lo que aportó factores determinantes (además de la condición de género) como son el de etnia, clase, las relaciones de poder al interior del entramado social, los diversos aspectos económicos y, fundamentalmente, la consideración de cada situación particular.

Lula Mari, Triple retrato: óleo sobre tela (120cm x 80cm); de la serie Sputnik (2009-2012)

Autonomía relacional

La autonomía relacional surge como una crítica a la noción de autonomía en bioética que comprende a las personas como seres esencialmente racionales porque existen y se desarrollan dentro de una red de relaciones. Tiene en cuenta, por tal motivo, rasgos como las identidades, las percepciones, las creencias, las emociones, los valores morales, los hábitos de interacción y las conexiones con el mundo natural y social. Estas relaciones más íntimas o sociales juegan un papel en la formación de la subjetividad porque permiten comprender el mundo y las oportunidades de cambio en la propia vida y las de los demás. La crítica de la autonomía relacional a la autonomía tradicional es que no logra dar cuenta de las fuerzas que actúan en el ámbito de la toma de decisiones en salud porque no toma en consideración el contexto político y social en el que se encuentran inmersxs lxs pacientes y trabajadorxs de la salud. Los enfoques relacionales han sido una herramienta para repensar cuestiones que reciben un interés especial por parte de las teóricas y activistas feministas, tales como el aborto, las cuestiones de salud sexual, los riesgos ligados a las tecnologías reproductivas o la gestación por subrogación. Además, este enfoque se pregunta por los límites de la autonomía individual porque señala los efectos que la opresión de género tiene en la comprensión de ciertos contextos y en las consecuencias de estas condiciones en la toma de decisiones de las personas. Es decir que, para la autonomía relacional, poner en consideración aquellos agentes que influencian y operan en diferentes niveles del entramado del sistema de salud implica comprender que las responsabilidades están entrelazadas y no pueden suscribirse a un único individuo autónomo[3].

Los animales como problema de la bioética

Ahora bien, para comprender el vacío que este artículo intenta plantear en la problemática bioética es necesario repasar el estatus moral de los animales no humanos que desarrolló la ética animal del siglo XX. Históricamente, el primer marco regulatorio fue el bienestarista de las llamadas Tres Erres (Reemplazo, Reducción y Refinamiento), propuesto por Russell y Burch (1959) para la experimentación científica, esta postura no cuestionó la legitimidad del uso animal, sino que buscó gestionar el sufrimiento para tratar de reducirlo. Más tarde, ocurrió una ruptura ideológica en los años setenta, primero con la perspectiva utilitarista de Peter Singer, quien desplazó el criterio moral de la racionalidad a la sintiencia (la capacidad de sufrir), acuñando el término «especismo» para denunciar la discriminación por especie. Inmediatamente después, Tom Regan consolidó la postura deontológica o de derechos, argumentando que los animales que son «sujetos-de-una-vida» poseen un valor inherente que prohíbe su uso como meros recursos, independientemente del cálculo de utilidad. Finalmente, Gary Francione radicalizó la postura abolicionista, criticando tanto el bienestarismo (por considerarlo contraproducente) como la complejidad en el planteo de Regan. Para Francione, el problema ético-legal central es que los animales son considerados propiedad, y la noción de persona no-humana es el único criterio suficiente para otorgarles el derecho fundamental a no ser tratados como cosas. Esta última posición se ha encargado de denunciar tanto la violencia de las prácticas con animales en experimentación como el tratamiento de animales en la producción para el consumo humano y de todo tipo de explotación de animales dispuestos para las necesidades humanas. Se establece la diferencia, entonces, con Singer y Regan, entre evitar el sufrimiento innecesario y aquel que en un caso particular podría ser significativo para la salud o necesidades humanas. Es decir, el cálculo utilitarista termina por definir la postura de estos dos autores porque finalmente los intereses humanos prevalecen sobre los de los animales no humanos.

Ahora bien, este artículo se pregunta por los límites de la noción de autonomía relacional que, si bien se sustenta en una subjetividad que ejerce su libertad considerando factores desatendidos por la concepción tradicional que incluye la dimensión emocional como un elemento relevante en la toma de decisiones en el ámbito de la salud, permanece abierto el interrogante acerca de su alcance sobre las prácticas biomédicas en la ética veterinaria. En términos generales, podríamos formularnos la pregunta: ¿por qué la autonomía relacional sólo problematiza el tratamiento médico sobre los pacientes humanos? Sherwin afirma que “quienes se declaran o perciben como seres no racionales exceden el alcance y la protección del discurso de la autonomía”[4]. Entonces, si los pacientes de los que esta disciplina se ocupa no pueden ejercer su autonomía en un sentido clásico, esta nueva noción debería tenerlos en cuenta. Porque, por ejemplo, los animales que reciben tratamiento médico en el esquema de producción intensiva no son considerados individuos autónomos.

Lula Mari, La Muda: óleo sobre tela (80cmx120cm); de la serie 16 maneras de encontrarse perdido (2012-2014)

Teniendo en cuenta que los avances de la bioética a partir de los movimientos feministas dieron como resultado ciertas críticas al modelo tradicional de autonomía por considerarlo capacitista, aislado de las circunstancias, fuera de las relaciones del sistema social y económico y fuera de las estructuras de disparidades de poder, la autonomía relacional al cuestionar las circunstancias en que lxs pacientes son consideradxs en las prácticas biomédicas tradicionales, ¿no debería preguntarse por las condiciones en las que los animales de producción para el consumo humano viven, sufren y mueren continuamente, acompañados de la ética médica veterinaria, por ejemplo?

En “Injusticia epistémica”[5] Miranda Fricker señala que una las formas de manifestarse de esta injustica es la injustica testimonial y se refiere al emisor que es desacreditado por los prejuicios que la audiencia tiene sobre él. En este sentido, lo que los animales expresan en lo relativo a dolores y sufrimientos físicos y emocionales por las circunstancias en las que son sometidos a vivir hasta el momento de su matanza, entraría en consideración si no fuera porque se trata de animales no humanos. Incluso Rosemund Young, propietaria de la granja de ganadería extensiva “Kite’s Nest” en Inglaterra, dice percibir que las vacas hablan entre sí y reconoce que le resulta útil dejarlas hacerlo para que superen de forma más rápida y efectiva los duelos, porque eso ayuda a mantener altos los niveles de producción.[6]

Si ampliamos la perspectiva sobre lo que las diversas opresiones producen sobre las mujeres y el colectivo LGTBIQ+, pero nos detenemos en los cuerpos gestantes y obligados a la reproducción, vemos una matriz de abuso, explotación y violencia sistemática que la autonomía relacional se ha encargado de exponer y denunciar cuando se trata de cuerpos humanos, pero no es una cuestión que problematice sobre la ética médica veterinaria. Está claro que los animales destinados al consumo humano no cumplen con los parámetros de autonomía en su versión clásica, es decir, no se trata de individuos autónomos capaces de decidir libre y racionalmente sobre su bienestar, pero esa característica debería hacer, justamente, que la problemática de la autonomía relacional los tuviera en cuenta. Si consideramos las emociones, los intereses y las necesidades que esos animales no humanos expresan, debemos reconocer también un problema ético. Las hembras de la industria para el consumo humano están privadas de su libertad, habitando un espacio reducido y artificial, y ninguna de sus preferencias particulares son tomadas en consideración. La medicina veterinaria se atiene a los parámetros establecidos para la industria (que a partir de 1968 funciona como estándar bioético global), y que en Argentina son un conjunto de métricas y regulaciones diseñadas para equilibrar la eficiencia productiva con la sanitaria, el bienestar y la inocuidad de los alimentos. Sus medidas de sanidad son los calendarios de vacunación, la tasa de mortalidad, el protocolo de bioseguridad (control de plagas) y el diagnóstico y monitoreo. Mientras que los de bienestar responden a “Las cinco libertades”; densidad de carga “para evitar el hacinamiento”, nivel de amoníaco en el aire, acceso a comida y bebida, y la denominada “Manejo” que refiere al uso de elementos de tortura y el ayuno hasta el viaje al matadero.

Volviendo a Miranda Fricker, el otro modo de la “Injusticia epistémica”[7] es la injusticia hermenéutica que la autora identifica como la incapacidad de un colectivo o una sociedad para comprender la experiencia de un sujeto debido a la carencia de los recursos conceptuales compartidos para interpretar la situación de opresión. En el caso de los animales, se reduciría a un mero «problema de bienestar», en lugar de uno de justicia estructural. Desde la problemática bioética se podría cuestionar por qué al hablar de cuerpos gestantes, la autonomía relacional presupone, ante todo, que se trata de cuerpos humanos, porque ese sería justamente el problema que los feminismos encuentran en la autonomía tradicional: considerar a un grupo reducido de individuos que reúnan ciertas condiciones para ejercer ese tipo de libertad. Como hemos dicho, los estudios feministas sobre bioética se han encargado de demostrar que el individuo aislado de sus circunstancias no existe, sino que quienes son capaces de ejercer esa autonomía, en sentido tradicional, son aquellos más acomodados en la escala social en cuanto a su género, etnia, posición económica, capital cultural, en detrimento de la autonomía de lxs demás colectivos oprimidos[8].

Los otros modos de la explotación reproductiva

Considerando que la bioética feminista, dedicada a reformular la noción de autonomía, cuestiona y critica los mecanismos opresivos que operan sobre la salud sexual y reproductiva de los cuerpos gestantes, ¿puede eludir las condiciones de abuso y violencia en la que los cuerpos de las hembras de diferentes especies son sometidas y utilizadas para las necesidades humanas?

Lula Mari, El sueño del cordero: óleo sobre tela (50cm x 70cm); de la serie Sputnik (2009-2012)

Carol J. Adams, en «La política sexual de la carne», desarrolla el concepto de referente ausente, donde sostiene que un animal no humano se convierte en «carne» al suprimirlo como viviente animal, es decir que es necesario borrar su singularidad como individuo para convertir su cuerpo en un producto. Este mecanismo de fragmentación y ocultamiento, argumenta Adams, es análogo a la objetivación y fragmentación de los cuerpos de las mujeres en la violencia patriarcal. Una bioética feminista que cuestione y resista los mecanismos de opresión reproducidos por las instituciones sobre los cuerpos en las prácticas biomédicas, ¿puede eludir el tratamiento de los animales en las granjas de producción que ejerce la medicina veterinaria? Si no problematiza la ética que establece las condiciones de “bienestar animal”, ¿no perpetúa el abuso y la violencia de esa práctica? ¿Es posible una ética médica veterinaria que no se dedique simplemente a regular las condiciones de sometimiento? ¿Puede la bioética feminista ser un movimiento emancipatorio que apunte contra toda forma de explotación reproductiva?

La autonomía relacional, cuando omite el abuso sobre las hembras no humanas en el esquema de reproducción por parte de la industria de productos derivados de animales, ¿no se inscribe nuevamente en una subjetividad antropocéntrica y en una ética utilitaria? Es decir, una forma de comprender lo viviente centrada en lo humano que perpetúa el lugar del animal en un mecanismo de explotación destinado al consumo. Es importante remarcar que ampliar la bioética feminista hacia esa dimensión no implica diluir las luchas específicas de los feminismos, sino reconocer que las opresiones se entrelazan y que una mirada situada sobre los cuerpos puede establecer luchas emancipatorias más amplias; que sumar esa discusión a las críticas del modelo bioético patriarcal puede darle visibilidad a una problemática que sólo parece ser problematizada por el ecofeminismo o el movimiento por los derechos animales. La autonomía relacional no puede eludir el problema del especismo si cuestiona y critica el paradigma androcéntrico, porque esa lógica de dominación está inmersa en un sistema antropocéntrico que rige las instituciones y reproduce las opresiones sobre todo lo viviente.


[1] Suarez Tomé, D., Belli, L.F., Mileo, A. comps., Epistemología Feminista. Buenos Aires, Eudeba, 2024, p.155

[2] Belli, L. F., Suarez Tomé, D., “La autonomía revisitada desde la perspectiva de una bioética feminista”, en Maffía Diana (coord.) Géneros, Justicia y Filosofía, Editorial Rubinzal Culzoni. En prensa, p. 2

[3] Belli, L. F., Suarez Tomé, D., “La autonomía revisitada desde la perspectiva de una bioética feminista”, art. cit., p. 13

[4] Sherwin, S., «Feminismo y bioética», Debate Feminista, vol. 49, pp. 45-69, p. 53.

[5] Fricker, M. Injusticia epistémica, Herder, Barcelona, 2018, p. 45

[6] Young, R., “La vida secreta de las vacas”, trad. Carles Andreu, Planeta, Buenos Aires, 2018, p. 87

[7] Fricker, M., Op. Cit., 238.

[8] Sherwin, S., «Feminismo y bioética», Debate Feminista, vol. 49, pp. 45-69, p. 53

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