Mónica B. Cragnolini
¿De cuántas formas maltratamos a los animales? Un aspecto del sufrimiento animal que a veces no se tiene muy presente, es el modo en que animales salvajes se contaminan y enferman por obra del turismo de los animales humanos. Se produce aquí una paradoja: muchas personas, “amantes” de la naturaleza y que piensan en su conexión con las otras formas de vida, personas supuestamente defensoras del medio ambiente, no perciben que muchas de esas acciones para experimentar un “turismo ambientalista” tiene consecuencias negativas para los animales no humanos.
Existe, además, la idea de que el ecoturismo puede ayudar a fomentar la conservación y la educación en torno a la vida silvestre. Cuando se crearon los zoológicos también se plantearon a partir de los fines educativos: si bien el zoológico más antiguo es el de Schönbrunn en Viena (siglo XVIII), el primero creado con sentido educativo y científico fue el de Londres, en 1828. Ciertamente, siempre los reyes y nobles tuvieron sus “zoológicos privados” (menagéries) pero no estaban abiertos al público, el mismo Moctezuma II tenía su colección de animales salvajes (Totocalli) que incluía animales humanos con defectos físicos, según narra Hernán Cortés. También existieron con anterioridad a la “institución zoológico” en sentido más actual, las exhibiciones de animales salvajes, que torturaron con largos viajes en naves a grandes animales terrestres, sólo para ser mostrados en ferias y kermeses.
Pero el zoológico “democrático”, abierto a todos y con objetivos educativos, ya es propio del siglo XIX. También en Argentina Domingo Faustino Sarmiento plantea la idea de creación de un zoológico en Buenos Aires, que se concreta en su apertura al público en 1888, con la dirección de Eduardo Holmberg. Menciono a Sarmiento, porque su sobrino, Ignacio Albarracín, presidente de la Sociedad Protectora de Animales de Argentina, luego de Sarmiento, ya en los inicios del siglo XX consideraba necesario el cierre del zoológico (algo que en las últimas décadas del siglo XX se tornó una premisa necesaria del respeto a los animales).
Así como se dio en su momento esa tensión entre la defensa de los animales y el supuesto carácter educativo que tendría el confinamiento de estos para la educación en torno a la vida animal, una tensión semejante se da hoy en día entre el turismo ambientalista (que “respetaría” a los animales) y el daño que causa a diferentes animales.

Para que exista el turismo ambientalista, es necesario generar infraestructuras que acerquen a los turistas a los lugares en que se hallan los animales salvajes, alterando el hábitat de estos y generándoles problemas de estrés. Por otra parte, muchos turistas consideran que “ayudan” a los animales alimentándolos con comida humana, no adecuada para ellos, generándoles diversos problemas. Existe también la idea de “sólo se va a mirar a los animales, respetándolos en su hábitat”. Sin embargo, su hábitat no está respetado desde el vamos, porque ese hábitat ahora está poblado por humanos transeúntes que los observan. Y además: ¿quién se preocupa por el interés o no interés de los animales en ser vistos, en convertirse, una vez más, en objeto de curiosidad y entretenimiento de animales humanos, como lo han sido siempre?
En Argentina, un lugar habitual de intromisión de humanos en las vidas de los animales es el turismo de pingüinos en la Patagonia, que se realiza habitualmente de septiembre a marzo, época en la que van a la costa para anidar y criar. Los turistas concurren habitualmente a Punta Tombo y a Ushuaia para observar a los animales desde senderos. Un estudio de 2018[1] midió un conjunto de índices inmunológicos y de salud, con el objeto de evaluar los efectos del ecoturismo en los pingüinos de Magallanes (Spheniscus magellanicus), estableciendo diferencias entre dos colonias reproductivas: la de Punta Tombo y la de San Lorenzo. Mientras que Punta Tombo tiene una gran afluencia turística, San Lorenzo es una colonia menos visitada. La conclusión a la que llega el estudio muestra las alteraciones que produce el ecoturismo en los animales expuestos a este: los pingüinos adultos de Punta Tombo, presentaron alteraciones fisiológicas indicativas de estrés crónico e infección parasitaria, mientras que los polluelos mostraron problemas compatibles con deficiencias del estado inmunológico y de salud. No ocurría lo mismo con los de la otra colonia, menos expuesta al turismo. La conclusión del estudio implica reconocer el estrés crónico que provoca el ecoturismo en los animales, y cómo los expone a problemas de salud que afectan su reproducción.
Ezequiel Sosiuk[2] narra de qué manera nació el ecoturismo en torno a los pingüinos Magallanes: en la década de 1980 eran cazados para utilizar sus cueros en guantes, hasta que intervino WCS,[3] denunciando de qué manera estaba afectada la reproducción de estos animales por problemas ambientales.[4] En 1988 los pingüinos fueron incluidos en la Red List de Especies Amenazadas de la International Union for Conservation of Nature (IUCN)[5]. El artículo de Sosiuk apunta a mostrar la neocolonización de la naturaleza producto de la internacionalización del conservacionismo en América, y cómo este conservacionismo se implementó con mecanismos de mercado, como el ecoturismo y la venta de productos ecoetiquetados. Los pingüinos son considerados “embajadores de la Patagonia” y en ese sentido se han convertido en un objetivo del turismo “conservacionsita” a nivel global.
Muchos estudios vienen señalando desde hace décadas el modo en que la actividad humana ha perjudicado a los animales silvestres: la idea del ecoturismo, actividad en aumento en distintas áreas del mundo, se generó, supuestamente, como una forma de reconocimiento de la necesidad de conservar y mantener los ecosistemas naturales, pero significa para los animales expuestos una condición de estrés crónico.
Derrida indica la significativa vinculación entre el ver, el poder, el tener y el saber.[6] Los animales, como señalé más arriba, siempre han sido “vistos” y, como tales, poseídos y sabidos, y pocos se han preguntado por el interés de ellos en tal situación. Aquello que “vemos” es objeto de nuestra representación, de nuestra propiedad, y de nuestro poder y saber. En el caso de los animales, eso implica una naturalización del “lugar que les corresponde” en la jerarquía de lo viviente, en cuya cima, en tanto animales humanos, siempre nos hemos colocado.
El ecoturismo, que supuestamente ayuda a la conservación de los animales, se ha introducido en los hábitats y vidas de estos animales, alterándolos y generando diversos problemas de salud. Dado que el ecoturismo se difunde cada vez de manera más global como medio de preservación de la vida de los animales, considero que cabe por lo menos una reflexión acerca de a quiénes “ayudamos” con este modo actual de observar (voir) aparentemente “respetuoso” a los animales.

[1] M G. Palacios, V. L. D’Amico, M. Bertellotti, “Ecotourism effects on health and immunity of Magellanic penguins at two reproductive colonies with disparate touristic regimes and population trends”. Conservation Physiology 6(1) 2018, coy060; doi:10.1093/conphys/coy060.
[2] E. Sosiuk, “Conservacionismo internacional y problemas locales: las investigaciones sobre pingüinos en la Patagonia”, CUHSO, dic 2022, Vol. 32, número 2, pp. 257-284. Recomiendo especialmente la lectura de este artículo, no sólo por la abundante información acerca de los modos en que han sido investigados los pinguïnos en diversas épocas, sino también por la atención puesta al modo neocolonialista de procesar a nivel mundial las cuestiones de conservacionismo y cambio climático. El artículo está disponible en el Repositorio Digital del CONICET, https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/201986.
[3] Wildlife Conservation Society (WCS) fue creada en1895 y se dedica a la conservación de la vida silvestre y los paisajes naturales.
[4] Magellanic Penguin Project, véase en https://ecosystemsentinels.org/magellanic-penguin-project/
[5] https://iucn.org/. En 1982, la WCS y la Provincia de Chubut firmaron el Penguin Project.
[6] Esta vinculación se hace más visible en la lengua francesa, ya que los verbos correspondientes mantienen el “voir” (ver) en su composición: savoir (saber), pouvoir (poder) y avoir (tener). Véase en Derrida, Seminario La bestia y el soberano, vol I, (2001-2002), trad. C. de Peretti y D. Rocha, Buenos Aires, Manantial, 2010, especialmente “Undécima sesión”, pp. 389 ss., en donde queda claro cómo se articulan estos cuatro verbos en la idea de soberanía.