Marina Melantoni
Aunque parezca sorprendente, hace ya más de una década que, en la zona de Nordelta, se libra una lucha ni más ni menos que contra el roedor más grande del mundo.
Dicho así, suena como una verdadera amenaza, ¿no es cierto?
Pues bien, se trata del Hydrochoerus hydrochaeris, más conocido como carpincho.
¡El carpincho! Ahora no suena tan amenazante, ¿verdad?
Lo cierto es que, amenazante o no, el área metropolitana de Buenos Aires se ha vuelto el escenario de uno de los conflictos socioambientales más populares de los últimos tiempos, debido a que los crecientes avistamientos de ejemplares de esta especie en los barrios cerrados estimularon ríspidos debates sobre urbanización, salud de los ecosistemas y convivencia con la fauna silvestre. Debates cuyas implicancias filosóficas nos convocan por su complejidad y relevancia.
Sean pues muy bienvenidxs a dar un paseo por las sinuosas aguas del río de la inconciencia, la discriminación y los banales intereses económicos, con la esperanza de arribar a un mejor destino.1
LA SITUACIÓN
Los humedales, las lagunas y los ríos se constituyen como hábitats naturales del carpincho, y su población se extiende en estas tierras desde el norte argentino hasta la provincia de Buenos Aires, en especial, el delta del Paraná y la cuenca del Río de la Plata, ecosistemas sumamente ricos en biodiversidad y vitales para el control de las inundaciones. El problema es que, con el crecimiento y expansión de construcciones privadas sobre tales territorios, esta especie autóctona fue usurpada y acorralada.
Pero, ¿por qué la convivencia está resultando tan difícil? Definitivamente, no por culpa de los roedores. Mientras que lxs vecinxs de la zona denuncian accidentes de tránsito, jardines destruidos y animales de compañía (de otras especies) heridos, lxs especialistas advierten que demonizar al carpincho no es sino muestra de ignorancia y desconocimiento del verdadero problema: como estos carecen de depredadores en dichos entornos alterados, al fragmentar su hábitat, quedan aislados y se concentran en espacios verdes que para ellos son corredores naturales de alimentación y refugio. En pocas palabras, se reproducen de forma prolífica si los recursos son abundantes y no son presa de nadie. De modo que, en ambientes urbanizados, sin control ecológico y sin la existencia de pasarelas destinadas especialmente al tránsito humano, pueden generarse conflictos.
Entonces, ¿cuáles son a grandes rasgos las propuestas para mejorar la situación? Apresar o mover a toda la población serían soluciones extremas que parecen haber quedado fuera del debate (serio). Lxs expertxs abogan más bien por una gestión integral de la fauna y el territorio, de manera que organizaciones como la Fundación Vida Silvestre o la Fundación Humedales sugieren, por ejemplo, restaurar los mencionados corredores biológicos para que conecten humedales separados, evitar urbanizaciones nuevas sobre ecosistemas sensibles, e implementar medidas de convivencia como la construcción de cercos adecuados, el control de velocidad vehicular y la formación vecinal para promover la coexistencia respetuosa con las especies originarias.
LA DESTRUCCIÓN DE LOS HUMEDALES: EL PROBLEMA DE FONDO
Pero la problemática de los carpinchos es solamente la punta del iceberg de un problema mayor: la falta de una ley de humedales efectiva. Mientras que los proyectos para proteger los ecosistemas llevan años trabados en el Congreso Nacional, fenómenos como la mencionada urbanización, la ganadería intensiva y la especulación inmobiliaria continúan avanzando imparables.
Concretamente, cuando hablamos de ley de humedales en nuestro país, nos referimos a un proyecto de ley nacional que buscaría establecer una serie de presupuestos mínimos en pro de la protección, conservación, restauración y uso racional y sostenible de estos territorios, así como garantizar los “servicios ambientales” que brindan a la sociedad a lo largo y ancho del país. En definitiva, la ley pretende consolidar un Inventario Nacional de Humedales en cada provincia, desarrollar un ordenamiento territorial que defina qué actividades se pueden realizar en las áreas cenagosas (y bajo qué condiciones y en qué plazos), establecer un Fondo Nacional de Humedales para financiar su protección, requerir evaluaciones de impacto ambiental antes del desarrollo de actividades productivas en estas zonas, y prever sanciones -incluso penales- para quienes dañen dichos ecosistemas. Busca además preservar servicios ecosistémicos como la regulación hídrica y la mitigación de inundaciones, el filtrado de agua y la retención de contaminantes, la conservación de biodiversidad y la ulterior atenuación del cambio climático por almacenamiento de carbono.
Lo cierto es que, desde el año 2013, varios proyectos de ley fueron presentados en el Congreso. Algunos lograron media sanción en el Senado (por ejemplo, en 2013 y 2016), pero siempre perdieron estado parlamentario por falta de tratamiento en Diputados. En 2020, un proyecto unificado obtuvo dictamen en la Comisión de Recursos Naturales, pero luego quedó bloqueado en otras comisiones como Agricultura, Intereses Marítimos y Presupuesto. Finalmente, en enero de 2022, el proyecto volvió a quedar excluido del temario de sesiones extraordinarias del Congreso. A causa de este freno constante, algunas jurisdicciones -como la de la provincia de Misiones- decidieron avanzar con leyes locales perentorias para proteger los humedales.
Así es que en un país con más del 25% de sus especies en riesgo de extinción y con una historia más que problemática de migración forzada (como veremos detalladamente en breve), es difícil tener alguna esperanza en que lxs humanxs involucradxs comprendan la gravedad del asunto y que ir en contra de lxs locales y el equilibrio de un territorio no es sino ir contra sí mismxs.
¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO AHORA MISMO?
En los últimos meses, la situación respecto de la migración de los carpinchos de Nordelta ha ido evolucionando. El pasado julio, Daniel Scioli, secretario de Turismo, Ambiente y Deportes de la Nación, anunció el inicio de un plan de traslado piloto a realizarse a fines de agosto: se trataría de movilizar a tres familias (alrededor de 70 carpinchos) a una isla de 60 hectáreas en el Delta del Paraná, como a una especie de santuario en San Fernando o Tigre. El costo del traslado seguiría a cargo de Nordelta S.A. y se evaluaría con monitoreo público y veterinario. Según afirman algunas versiones, el plan revisado ya no implicaría un traslado masivo, sino sólo de ejemplares en riesgo (esto es, aquellos cercanos a calles transitadas, que podrían por tal motivo ser atropellados), viraje que se origina en una serie de reuniones con autoridades provinciales y consejos vecinales debido a denuncias de muerte: más de cincuenta carpinchos fallecieron en ese sitio en lo que va del 2025. Dicho traslado aún no ha tenido lugar, por lo menos hasta estas últimas semanas de noviembre.
Como medida de control paralela continúa asimismo implementándose, desde febrero de este año, una campaña de esterilización con la vacuna GonaCon, que se aplica mediante dardos y mantiene su efectividad más o menos por un año. Tanto el CONICET como la UBA participan en este programa, cuyo objetivo sería controlar la reproducción sin afectar drásticamente la fauna.
Por su parte, lxs miembros de la Asociación Vecinal de Nordelta (AVN) aseguran que la población de carpinchos se habría duplicado durante el año 2024 -estimando unos 630 ejemplares- y reclaman acción para evitar daños y agresiones a la fauna (léase, a sus propiedades). No obstante, los grupos ambientalistas y defensorxs de los demás animales piden a la población una mirada más integral: que comprenda que el carpincho se encontraba en su hábitat natural antes de la urbanización y que si lo que está en disputa es quién invadió a quién, no quedan dudas al respecto. Por eso exigen corredores biológicos y áreas protegidas en lugar de traslados forzosos y traumáticos. De modo que el debate (ahora judicializado) continúa abierto entre habitantes de la zona, autoridades provinciales y agrupaciones ambientales, con propuestas diversas, más o menos respetuosas de la integridad de estos roedores.
Concretamente, hace algunos días lxs vecinxs y el Personal de Flora y Fauna y Desarrollo Agrario comenzaron a denunciar la presencia de la mega-maquinaria que levanta el suelo de los humedales sin exhibir identificación o permiso alguno, mientras los alambrados alrededor de las construcciones más modernas se yerguen linderos a la costa, cerrando el acceso a las rampas que conectan con la tierra. Esto está sucediendo porque las medidas cautelares dictadas por el juez -que luego se declaró incompetente- Guillermo Ottaviano en el mes de octubre, que suspendían todas las obras que afectaran la fauna y la castración química de los carpinchos, así como las fumigaciones, fueron revocadas por la jueza María Paula Venere, unificándose con la insistencia de un grupo de once vecinxs en la esterilización y la relocalización de la “plaga”, mientras continúan apareciendo cadáveres de pequeñas crías por doquier.
CONEXIONES Y UNA HISTORIA QUE SE REPITE
Ahora bien, ¿qué hay a la base del “problema” de los carpinchos? Para comenzar, revisemos esta noción de “problema”. ¿Son los carpinchos el verdadero problema, o lxs humanxs que ocupan su hábitat y exigen el desalojo de los habitantes originarios? Al mejor estilo de El Matadero de Esteban Echeverría, publicado en 1871, con sus viscerales descripciones de la naturaleza del paisaje y los pobladores -humanxs y no humanxs- de nuestras llanuras nacionales, la batalla contra los carpinchos revela fronteras que dividen y oponen, en el debate público acerca de esta extendida situación, la naturaleza a la cultura, lo autóctono a lo importado, lo civilizado a lo bestial. El foco de la discusión mediática y lo que recogen las redes sociales está puesto constantemente en el malestar que produce la especie a lxs habitantes humanxs, debido a los daños a sus posesiones materiales, como si sólo se tratase de una cuestión de derechos ante la ley, un terreno en el que los carpinchos tienen, desde el principio y por obvias razones, todas las de perder.
En este sentido, quien ha ilustrado de forma impecable el perfil del vecinx promedio de Nordelta es el comediante Ezequiel Campa con su popular personaje, oriundo de aquellos pagos, Dicky del Solar. En su clip de 2021, “Contra los carpinchos”2, lleva adelante una lograda parodia en la que, de forma típicamente prejuiciosa, conservadora e ignorante, Dicky describe su postura ideológica y su actitud frente al tema a través de constantes paralelismos entre su opinión sobre estos roedores y su mirada sobre cualquier otra minoría social o grupo oprimido. Hilarante y terrible a la vez, por su extraordinaria exactitud.
Mucho antes que Campa, Michel Foucault indicó con claridad cómo el biopoder se relaciona con los asuntos del ambiente, en su calidad de ámbito de circulación para los proyectos mercantiles del capitalismo: “el medio no es simplemente un decorado en el que se mueven los vivientes; es el conjunto de elementos naturales y artificiales que permiten, canalizan y a veces obstaculizan esa circulación” afirmó y agregó que las poblaciones cambian según dicho medio es gestionado.3 Esta lógica puede verse, por ejemplo, en el hecho de que la biodiversidad sea considerada patrimonio común de la humanidad, a razón de que posee valor -aunque no exclusivamente- económico; y que se la proteja pero sólo de manera antropocéntrica, esto es, cuidándola meramente como a una cosa de la que nos adueñamos para usufructuar. Con los carpinchos, debido a su falta de “potencial de explotación”, se maniobra como si fueran algo que debe simplemente quitarse del medio porque estorba.
Por eso tiene sentido recordar el cuento de Echeverría, recuperando en este punto la descripción del imaginario de producción literaria latinoamericana que realiza Gabriel Giorgi en su libro de 2014, Formas Comunes, cuando afirma que el [otro] animal representa cada vez más un signo político, dado que sirve para la clasificación de cuerpos, ordenamientos y economías de la vida y la muerte (esto es, biopolíticas, en sentido foucaultiano); la producción de cuerpos con lugares y sentidos en el mapa social.4 Como señala Maristella Svampa, socióloga rionegrina, especialista en conflictos socioambientales, lo que revela la discusión sobre los carpinchos no es sino la tensión entre modelos de desarrollo y de conservación de “bienes” comunes, evidenciando cómo pensamos y habitamos la naturaleza.
Ahora bien, la pregunta sobre quién tiene derecho a habitar el territorio en disputa, ¿es una pregunta válida o debe ser mejor examinada? Podemos inquirir entonces, ¿es el derecho el asunto principal en esta batalla contra el carpincho? O acaso la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué cuenta como vida vivible? ¿Importa la vida humana más que la no humana? ¿Vale más la vida de quien tiene capital o poder, que la vida de quien no? ¿No estaremos confundiendo valor con precio? ¿Tiene un precio diferente la vida de cada unx? Para ayudarnos a responder estas preguntas está el sociólogo estadounidense David Nibert5, quien ha defendido la idea de que la domesticación de los demás animales impulsó una actitud más autoritaria entre nosotrxs lxs humanxs, a partir del dominio ejercido sobre criaturas “inferiores”, en una analogía social y política que rigió nuestras relaciones. Por este motivo es que nos puede parecer tan bien logrado el identikit del personaje de Campa; por eso, lamentablemente, nos resulta tan fácil reconocerlo.
Lo cierto es que el debate ético y legal sobre quién debería irse -si el animal nativo o el animal invasor- seguirá abierto mientras no se encare de forma seria la planificación territorial por un lado y, por el otro, no se reflexione de manera coherente sobre el daño sistemático que el ser humano produce a otras especies y a los ecosistemas vivos que habitan (antes de que arriben el cemento, la basura y la violencia), como si estuviéramos en un bucle temporal de la campaña del desierto que se repite eternamente y que sólo se detendrá cuando todo quede por fin en ruinas.
LOS CARPINCHOS EN EL ECOSISTEMA Y POR QUÉ NO DEBEN MUDARSE
¿Qué es la biodiversidad? Es la variedad de plantas, animales, hongos y microorganismos que existen en el planeta. Hay alrededor de 12 millones de especies (descritas solamente el 1.7) y viven mayormente en los bosques húmedos tropicales (que aloja a más del 90% de las mismas). África, Asia y el pacífico, América Latina y el Caribe son las regiones más ricas en biodiversidad.
¿Qué sucede si se extingue una especie? Se modifica la trama trófica y la red de vida de un territorio presenta una pérdida de biodiversidad, lo que se ha dado a llamar la sexta extinción masiva (cien a mil veces mayor que cualquier extinción que tenga lugar de forma natural): obra pura y exclusivamente de la especie humana. Y es en este esquema que cobran relevancia los previamente mencionados servicios ecosistémicos: roles y funciones que aportan al equilibro general de un hábitat, como la polinización de las plantas, la mantención de fertilidad del suelo, la purificación del agua o el reciclado de oxígeno y carbono, que beneficia tanto al ambiente como a cualquier ser vivo que lo habite -incluido el humano-.
En los barrios privados de Nordelta (y en otros humedales del delta bonaerense), los carpinchos realizan varios de estos servicios ecosistémicos, aunque pase desapercibido a tantxs habitantes de la zona, que los acusan de “peste” o “plaga” sin titubear. En concreto, los carpinchos aportan a la regulación y soporte del ecosistema a través de:

- La dispersión de semillas: debido a que son herbívoros que consumen gran variedad de vegetación acuática y terrestre, al desplazarse, defecan las semillas intactas ayudando a regenerar la flora autóctona y mantener la diversidad vegetal en los pastizales.
- El control de la vegetación: su pastoreo modera el crecimiento excesivo de gramíneas y plantas acuáticas, evitando que ciertas especies invadan y reduzcan la biodiversidad, lo que ayuda a sostener el equilibrio entre zonas abiertas y cubiertas en los humedales.
- Su rol en la red trófica: aunque sea en principio, son presas naturales de depredadores como el yacaré overo, grandes aves rapaces o felinos -por lo menos, los pocos que quedan en la zona…-, ya que su presencia puede mantener la base de alimento para esos depredadores donde todavía hay conectividad ecológica.
- El ciclado de nutrientes: como se mencionó, sus heces devuelven materia orgánica y nutrientes al agua y al suelo, fertilizando y estimulando el crecimiento de plantas acuáticas y microorganismos.
- La conexión de distintos hábitats: al desplazarse por corredores verdes y cuerpos de agua, unen poblaciones vegetales y animales, colaborando con la salud genética de diferentes especies.
Llegadxs a este punto, resulta más bien ridículo tener que aclarar que los carpinchos en Nordelta no son “intrusos” en un territorio ajeno, sino los responsables del equilibrio ecológico del humedal. Lo que sucedió fue que el desarrollo urbano fragmentó su hábitat, alteró la oferta de depredadores naturales y, por este motivo, modificó la dinámica poblacional.
Algo parecido sucedió, de hecho, con otros casos de especies exóticas invasoras transportadas obviamente por humanxs fuera de su hábitat, produciendo un impacto en la flora y fauna del territorio colonizado, así como en la salud y en la economía de los habitantes. Estas migraciones forzosas representan la segunda mayor causa de pérdida de biodiversidad en el planeta. Ejemplos son: el de la carpa asiática en el sur de EEUU o las serpientes pitón y las iguanas en el Estado de Florida, los conejos europeos en Australia, las cabras en las Islas Galápagos, las vacas en el Impenetrable chaqueño, los hipopótamos en Colombia, y los ciervos (cuya población no se controla porque el público general se niega, por considerarlos, en pocas palabras, “muy tiernos”) y los castores en nuestro país: llegaron a mediados del siglo pasado desde Canadá para poblar el territorio mediante el impulso de la industria peletera, haciendo que hoy en Tierra del Fuego haya más ejemplares de esta especie que habitantes humanos y alterando el paisaje de modo grave e irreversible. Y aunque el hecho de declararlos especie invasora permitió que se dieran altos cupos de caza, es curioso que, cuando se los propuso como alimento, nadie quiso comérselos, su piel no fue utilizada para fabricar abrigos, y miles de personas esquían cada temporada en el icónico -no casualmente llamado- cerro Castor.
LAS INELUDIBLES PARADOJAS DE UN SISTEMA QUE SE AUTOFAGOCITA
¿Cómo no reparar en el creciente merchandising “carpinchero”? Se trata de una tendencia que da cuenta del carácter particular de la apropiación popular del asunto. Lo cierto es que los carpinchos están causando furor internacional. Gracias a su comportamiento y expresión relajados, estelarizan montones de cortos en Instagram y en TikTok, aparecen en memes y en canciones que se vuelven virales, y en productos de todo tipo y para todas las edades. Sin ir más lejos, el año pasado, el “peluche carpincho” fue uno de los más buscados en Mercado Libre, con más de 1,5 millones de búsquedas, de las cuales 642 mil fueron sólo en diciembre. Pero los locales no se quedaron atrás: tanto en Nordelta mismo como en algunos barrios porteños comenzaron a aparecer tazas, remeras, almohadones, mochilas y más memorabilia. Se habla incluso de “carpinchomanía”, mientras los comercios que venden peluches, vinchas, pulseras y otros objetos, durante las pasadas fiestas se quedaron sin stock en pocos días. Es innegable que el debate impactó en la cultura -y en el consumo-: tazas, remeras, pins, stickers y hasta cuentas de usuario en las redes sociales dedicadas íntegramente al carpincho lo convirtieron en una especie de símbolo pop viral. Un símbolo que a la población parece gustarle, uno con el que parecería incluso identificarse. ¿Será quizás porque resulta sencillo estar “del lado del” carpincho en esta batalla? ¿Comprender que es claramente el damnificado? Al final, la estrategia mercantil y la especulación inmobiliaria son burdamente evidentes y terminan por banalizar el daño al planeta por el único motivo de que lo que estamos discutiendo es el respeto que le debemos o no a seres de otra especie, una especie amenazada por el avance de la urbanización en una zona que carece de legislación puntual… ¿y nuestra respuesta como sociedad es comercializar llaveros, mochilas y cartucheras de peluche?
Verdaderamente, no deja de asombrar la eficacia del sistema para absorber cualquier forma de resistencia, su capacidad de convertir todo en un producto, playo, fugaz, mero cartón pintado; engullendo, masticando y digiriendo cada posicionamiento político, la defensa de la alteridad radical y de la real necesidad de la tierra, para luego excretar una pila tóxica de destrucción sin fin, acompañada de la correspondiente campaña publicitaria con el objetivo de que salgamos corriendo desesperadxs a adquirirla. La pregunta del millón es, entonces: ¿cómo y hasta qué punto podemos valernos de una expresión cultural, aunque inserta en el sistema, como forma de activismo de resistencia? ¿Cómo aprovechar las herramientas que el mismo capitalismo provee para atacarlo desde adentro y por cuánto tiempo es esto efectivo, en este caso, mediante la imagen comercial del carpincho, hasta que el tema quede desplazado por otros temas que absorban la atención de la población? ¿Es ético proceder de esta forma? ¿Es estratégico? Ciertamente funcionó en el pasado. Lo cierto es que la empatía que pueda generarse, sirve. Debemos tomar conciencia de la gravedad del problema del que somos directamente responsables.
Qué deparará el destino y las fuerzas de los siempre contradictorios intereses humanos, ya veremos. Como señala sagazmente Jason Moore en su libro de 2015, El capitalismo en la trama de la vida, nuestras relaciones humanas son también una fuerza geofísica que produce cambios en la naturaleza, no estamos separadxs de esta, nos atraviesa y la atravesamos, nuestras estructuras sociales la modifican y ella nos modifica a su vez, mediante vínculos no lineales de poder y riqueza entrelazados con todo lo viviente. Y el sistema capitalista no solamente intensifica los procesos de producción de vida para la muerte de los demás animales a un ritmo pavoroso (la industria ganadera está matando rápidamente al planeta, endeudando a las economías inestables, precarizando a las poblaciones, destruyendo hábitats y contaminándolo todo a su paso) sino que también prioriza el consumo, el bienestar material y el estatus social por sobre el equilibrio de los ecosistemas, en detrimento de la tierra y sus habitantes, incluidxs nosotrxs, lxs torpes humanxs.
Para terminar, recordemos a la filósofa ecofeminista Val Plumwood. Ella convivió durante más de una década con un wombat llamado Birubi, a quien rescató cuando era una cría huérfana y con quien tuvo una relación central en su vida, que influyó en su reflexión filosófica, pues le permitió pensar la interdependencia y la agencia de los animales más allá de las jerarquías humanas. Plumwood veía en Birubi no a una “mascota” subordinada, sino a alguien con voluntad propia, cuyas interacciones cotidianas -a veces tiernas, otras veces conflictivas- entraban en corto con la idea de superioridad humana y encarnaban su crítica al dualismo naturaleza/cultura. Ella afirmó que “fue un privilegio inmenso haber podido conocer de una manera íntima y tan rica a un animal libre, receloso y básicamente salvaje” y que su relación “trascendió los límites usuales entre el bosque y el hogar, lo no humano y lo humano, lo salvaje y lo doméstico”. Y observó que, en general, tendemos a considerar el mundo de la cultura como humanizado, cuando no todas las identidades pueden asimilarse a lo humano y ajustarse a su voluntad, intereses y normas.6
Cuántas formas diferentes existen de vincularnos con quienes nos rodean, ¿no es cierto? ¿Y si optamos por las más respetuosas, por las menos interesadas? ¿No es así como querríamos que lxs demás se relacionaran con nosotrxs? ¿Y si reemplazamos la especulación y la ignorancia por la responsabilidad y el cuidado, si cambiamos el temor por una actitud más hospitalaria? Ojalá pronto comience a escucharse cómo levantan sus voces quienes tienen para contar experiencias como la de Plumwood, pero en Nordelta como escenario, junto a los carpinchos como coprotagonistas.7
Ojalá seamos cada vez más navegando juntxs el indómito río de la gran comunidad interespecie.
1. Una aproximación previa al tema puede hallarse en el primer número de esta revista, en el que Lucinda Natalia Ybarra, quien era tesista de la licenciatura en Gestión ambiental en la UNAJ en 2021, aborda la problemática del crecimiento exponencial de los carpinchos en la localidad bonaerense de Nordelta y sus impactos en el ambiente local: https://animula.com.ar/entrevista-lucinda-ybarra/
2. https://www.facebook.com/watch/?v=179871574235098
3. M. Foucault, Seguridad, territorio, población, trad. Horacio Pons, FCE, 2006.
4. Lo que aparece entonces en el imaginario cultural de América latina es la alianza humano-animal: el animal asedia desde un exterior introyectado, orden político frágil en que el viviente es como un terreno inestable que excede la ontología. La muerte del animal sirve para pensar el cruce entre matadero y cultura, para pensar cuerpos y territorios. El matadero, como institución social, busca separar lo animal de lo humano y la vida de la muerte, aislar la vida protegida de la vida consumible, que la muerte animal no contagie e irrumpa en la vida de la comunidad. Por eso es que lo que el autor llama “los mataderos de la cultura” narran el fracaso de demarcar esa zona, representan una contaminación porque fallan sus límites. La muerte animal no permanece ni en el matadero ni en el animal, interrogando la naturaleza histórica y política de esas distinciones, en un espacio de ambivalencia. En este sentido, el animal no naturaliza, sino que politiza; traza la frontera de un orden biopolítico para impugnarlo y producir alternativas.
5. Los libros principales de Nibert son Animal Rights/Human Rights: Entanglements of Oppression and Liberation (2002), en que examina cómo la opresión de animales y humanos se entrelaza históricamente; Animal Oppression and Human Violence: Domesecration, Capitalism, and Global Conflict (2013), en que el término “domesecration” (juego entre domestication y desecration) describe la domesticación como proceso de violencia que permitió la expansión de sociedades jerárquicas, el militarismo y el capitalismo; Animal Oppression and Capitalism (2017, 2 volúmenes), una colección de ensayos que conectan explotación animal con las dinámicas capitalistas; Capitalism and Animals (2021), trabajo en que continúa su análisis de cómo el capitalismo global depende de la explotación de los demás animales y de la mercantilización de la vida.
6. Plumwood, V. (2012) El ojo del cocodrilo. Ed. Cactus. 2024. p. 86
7. Actualización: al momento de publicar este artículo, la Justicia habría dejado sin efecto el levantamiento de la cautelar que liberaba el avance urbanístico en Nordelta, advirtiendo sobre la vulnerabilidad del ecosistema y las especies. La abogada Nora Nouche, representante de la Asociación Vecinal Ecodefensa Nuevo Delta, celebra la decisión judicial mientras la Cámana acusa de no autorizados y carentes de fundamento científico a los «métodos de control» que el barrio privado venía implementando. En adelante, sólo se permitirán medidas sanitarias avaladas por la autoridad ambiental provincial. Una victoria que da realmente mucha esperanza.